Cuando Paris nos vuelve locos (en el mal sentido)

Hay turistas japoneses sufren el llamado Síndrome de Paris apenas ponen un pie en la capital gala. Los síntomas: agresividad, impulsos suicidas, paranoia, megalomanía o delirios místicos.

Paris, Francia

«Choque cultural», argumentarán algunos. Pero una cosa es que un turista japonés en Paris se niegue a comer un plato (desde su punto de vista) exótico y otra muy distinta es que se trepe a la baranda del Pont des Arts con la intención de ahogarse en la aguas del Sena. Cada año hay un par de decenas de viajeros provenientes de Japón que pisan por primera vez la idealizada capital francesa y terminan con trastornos esquizoides o delirios de persecución. Se trata de una afección psicológica real, que incluso tiene nombre en japonés: パリ症候群, el Síndrome de Paris. No es broma, la Ciudad del Amor puede volvernos locos, para bien o para mal.

Las alteraciones psicológicas e incluso físicas que pueden sufrir los viajeros no son algo nuevo: en 1979 la psiquiatra italiana Graziella Magherini hablaba del Síndrome de Stendhal al referirse a más de cien casos de turistas que en la ciudad de Florencia (cuna del Renacimiento, que alberga obras maestras como el ‘David’ de Michelangelo, ‘El nacimiento de Venus’ de Botticelli o incluso la catedral de Santa Maria del Fiore, el Duomo de Firenze) presentaron «aumento del ritmo cardíaco, temblores, palpitaciones, vértigo, mareos, depresión, alucinaciones y desmayos» al contemplar obras de arte, especialmente cuando son «particularmente famosas, bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar».

En su libro de 1817 ‘Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio’, Stendhal se basó en sus experiencias personales para escribir: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme». Con ese párrafo introdujo su nombre en los libros de psicología.

Pero si lo que buscamos son viajeros con verdaderos trastornos psicológicos tenemos que ir primero a Jerusalén. El psiquiatra Yir Bar El encontró durante toda su carrera medio millón de turistas que, tras pasear por las calles e iglesias de la capital de Israel, habían experimentado (entre otras afecciones) delirios místicos como la convicción de haber recibido órdenes divinas, charlar con Jesús o la Virgen María, o simplemente creerse profetas. Es cierto que Bar El llegó a la conclusión de que esta condición se presenta casi siempre en personas con antecedentes psiquiátricos, pero este trastorno mental igual se ganó un nombre propio: el Síndrome de Jerusalén.

Muy distinto es lo de Paris, la ciudad que el imaginario colectivo coloca en el podio de los lugares más románticos del mundo, también sinónimo de elegancia y refinamiento cultural y artístico.

La herida de Paris

Ayudados por las películas, las novelas, los medios de comunicación y la publicidad, cerca de un millón de japoneses llegan a la capital francesa cada año con la ilusión de experimentar en primera persona un cuento de hadas, y se chocan de narices con el tráfico y los bocinazos, los camareros poco tolerantes y los taxistas estafadores, una barrera idiomática infranqueable (casi no hay franceses que hablen japonés y hay menos nipones que entiendan poco más que bonjour) y una idiosincrasia que está prácticamente en las antípodas de las costumbres asiáticas.

A esto hay que sumarle el jet lag, a los parisinos demasiado ocupados con sus problemas laborales como para dedicarle tiempo completo a la vida social y cultural, el hecho de que casi nadie va por la calle vestido con un Yves Saint-Laurent o un Givenchy, la evidencia de que algunas calles no se ven tan espléndidas como en las fotos de las guías turísticas y la realidad de que los modales de la gente de la ciudad en ciertas ocasiones dejan mucho que desear. Todas situaciones estresantes para el viajero, a años luz de lo que muestran ‘Amélie‘, ‘Midnight in Paris‘, ‘Charade‘ o incluso ‘Ratatouille‘. Nada que un viajero latino no pueda manejar, pero la formalidad japonesa sufre un estruendoso choque cultural que, en ciertas ocasiones, termina en una crisis psiquiátrica.

Paris en refacciones versus Paris de tarjeta postal.
Parecido no es lo mismo…

La mayoría regresa a Japón con desilusión y el corazón roto. Y si bien la cuestión se convierte en una condición seria en muy pocas ocasiones, los nipones no se toman a broma este problema: en la embajada funciona una línea directa 24/7 para ayudar al turista a realizar un tratamiento y a colaborar con la repatriación.

El psiquiatra Hiroaki Ota diagnosticó el Síndrome de Paris por primera vez en 1986. Los síntomas: trastornos en el comportamiento como agresividad, ansiedad, agitación, impulsos suicidas, paranoia, conducta antisocial, deambulación, autoagresión o incluso delirios místicos y megalomanía. En el hospital psiquiátrico Sainte-Anne más del 30 por ciento de los pacientes con esta afección experimentaron esquizofrenia y poco menos del 20% sufrieron un estado delirante agudo. Cerca de la mitad tienen entre 20 y 30 años, principalmente mujeres que viajan por primera vez fuera de Japón.

El hospital Hôtel-Dieu, uno de los mejores del mundo en la Edad Media, funciona desde cinco siglos antes de que se construyera la vecina catedral de Notre-Dame. Allí trabaja el pisquiatra Youcef Mahmoudia, quien se niega a afirmar que la ciudad de Paris sea la principal culpable del síndrome. Mahmoudia lo reconoce como «una manifestación de psicopatología relacionada con el viaje», pero señala que no solamente hay japoneses que lo sufren, ya que en el promedio de cincuenta casos anuales atiende a personas de otras nacionalidades e incluso del interior de Francia. El psiquiatra destaca que suele haber «antecedentes que pasan desapercibidos» y que la patología simplemente necesita un disparador para revelarse.

En la mayoría de los casos graves de Síndrome de Paris los médicos recetan antipsicóticos o ansiolíticos. Una vez que los pacientes se estabilizan, algunos continúan el viaje, pero casi todos regresan a Japón apenas pueden, en ocasiones acompañados por un profesional de la salud… que hable su mismo idioma, por supuesto: ningún turista japonés que haya pasado por esta situación querrá escuchar en el avión ni siquiera un merci beaucoup.

Autor: Zamba

Apasionado de los viajes y todo lo que ello implica: aviones, aeropuertos, trenes, ómnibus, carreteras, terminales, tranvías, metros, estaciones, barcos, funiculares, calesas, bicicletas, bicitaxis, taxis, tuk-tuks, songthaews... Y mis dos piernas, que mientras funcionen me seguirán llevando por las calles de cualquier rincón del mundo que pueda imaginar.

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